domingo, 18 de septiembre de 2011

PROBLEMAS

Un conocido historiador, Santos Juliá, publica hoy un artículo en el que explica que las clases trabajadoras han perdido poder frente a otros intereses: mercados, capital, clases acomodadas en definitiva. Así se entiende en su opinión el fracaso actual de la socialdemocracia. Sin negar la capacidad de coacción que éstas últimas han logrado en la globalización, y no es disculpa que se hubiese visto venir desde el principio del proceso, creo que hay razones más profundas, relacionadas con el modo adoptado por la socialdemocracia para hacer valer las necesidades de las clases trabajadoras, su verdadero bastión electoral.

Mientras la división social era nítida, la movilidad social mínima y los derechos escasos, el programa era sencillo: extensión de la igualdad de oportunidades, de las libertades y de los mecanismos de solidaridad. Cuando el Estado de Bienestar, genuina contribución socialdemócrata, ha alcanzado un grado extraordinario de desarrollo, las primeras turbulencias serias de la economía lo colocan ante su desarbolamiento rápido.

Pero hay más malestar de fondo. La meritocracia, consustancial al principio de igualdad de oportunidades ha tocado techo. Los títulos académicos, trabajosamente logrados por los hijos de los trabajadores, se devalúan, mientras se prestigian otras titulaciones restringidas, donde la puerta de acceso es casi siempre la capacidad económica. Hoy, por primera vez en la historia, miles de titulados procedentes de los sectores con menor poder adquisitivo engrosan las filas del paro y sobre todo las del subempleo. El fracaso ante el paro es absoluto y las sucesivas reformas laborales sólo han dejado un rastro de contratos temporales encadenados y de precariedad.

Lo mismo ha ocurrido en otros frentes. La socialdemocracia, incapaz de oponer una visión global al empuje de la economía financiera, ha claudicado país por país, aplicando las recetas que decretan los ultraliberales. No es extraño que perdamos elecciones.

Y sin embargo, como proclama Tony Judt en su alegato póstumo, la socialdemocracia sigue vigente en sus propuestas y sigue siendo necesaria. Sólo hace falta actuar sin perder de vista los valores tradicionales. La claudicación ante el discurso de la derecha sobre el déficit, es sonrojante. Cuando hasta los ultraliberales Estados Unidos defienden la introducción de incentivos para movilizar los recursos económicos, la derecha europea impone la contención del déficit como arma principal. Se olvida que Alemania financió con déficit, durante una década, el proceso de reunificación y sólo cuando finalizó, elevó a rango constitucional el control del déficit. Quizás en agosto la situación fuese insostenible pero hasta llegar a ese punto pasaron años.

Por eso es bueno recuperar, aunque moleste profundamente a la derecha, el impuesto sobre el patrimonio, que nunca debió de haberse derogado y al tiempo animar a nuestros ricos oficiales a que prosigan, cuando lo hacen, con su labor de mecenazgo en favor de Fundaciones y otras actividades de reversión a la sociedad. Y es bueno oponerse a las recetas simplonas de la derecha para contener el déficit: cierre de hospitales y servicios asistenciales, demonización de los profesores, persecución de los sindicatos, etc.

También es malo mantener formas caducas de control jerárquico que distancian no ya a los electores sino incluso a los afliados, como las listas electorales impuestas, las elecciones primarias falseadas o los procedimientos de aclamación. Recuperar terreno electoral exige modernizar las propuestas, los modelos y las formas. Lo único bueno de las crisis es que obliga a cuestionar todos los datos, también a preguntarnos por las razones de nuestro fracaso y en consecuencia, a revisar nuestros proyectos.




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