Los bancos se han resistido hasta ahora a adoptar las medidas necesarias: depreciación o venta de activos, reestructuración, fusiones. Sólo la presión política y del Banco de España ha conseguido resultados. Las nuevas medidas apuntan a Bankia y han originado la dimisión de Rodrigo Rato. Probablemente el proceso de venta de los bancos sometidos a reestructuración, Novagalicia Banco incluido, será cuestión de semanas.
Así la crisis económica actual, de origen financiero y que ha tenido en Bancos y Cajas a sus principales responsables, aunque con la complicidad de gobiernos y del regulador, se saldará con más dinero público. La alternativa, dejar quebrar las entidades insolventes, no se ha considerado. De esta forma los directivos bancarios siguen a cubierto de cualquier responsabilidad. A cubierto y con magníficas indemnizaciones.
Todavía no se conoce una explicación racional sobre la crisis de las Cajas de Ahorro gallegas o de cualquier otro territorio. Núñez Feijoo, los directivos de las Cajas fusionadas, no han sentido la necesidad de explicar lo ocurrido, de analizar los errores de la auditoría que propició la fusión, de reconocer errores de gestión. Nada ha pasado, porque el Estado cubrirá los errores, al precio de subir impuestos, disminuir prestaciones y empobrecer a millones de españoles.
Sin duda el patrón de crecimiento de la economía española durante las dos últimas décadas, basado en el mercado inmobiliario y en industrias intensivas en empleo pero no en competitividad, ha sido alentado por todos los Gobiernos. Era fácil, no exigía demasiados recursos, facilitaba un capitalismo popular aunque especulativo, nutría las arcas de los municipios, favorecía el turismo. Demasiados beneficios como para reducirlo y sustituirlo por otro modelo más exigente en capital e innovación y con resultados más inciertos a corto plazo.
Hoy cosechamos lo que sembramos. Podemos quejarnos de Merkel, de la Unión Europea o del capitalismo sin escrúpulos. Pero muchos analistas lúcidos advirtieron de los riesgos desde hace muchos años. Si algo está claro es que las víctimas de la crisis no coinciden con los gestores que la provocaron. De un lado millones de personas que asistieron como espectadores y del otro unos pocos beneficiados, antes de ingentes beneficios, ahora de notables privilegios.
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