¿Me guardas el
secreto?
Con ese título se
promociona el turismo hacia una de las Comunidades Autónomas más
singulares por paisaje y cultura, del territorio español, Galicia.
Como si fuese algo reservado a iniciados y que no debe hacerse
patrimonio del común de los mortales. Una idea que sería lógica
para captar a un segmento de elevado poder adquisitivo y sentido
elitista de su existencia. Pero el turismo no funciona así, sino
que, como fenómeno de masas, persigue la comercialización de
productos definidos: pernoctaciones, billetes emitidos, paquetes
combinados, etc.
Como era previsible,
esa malhadada campaña ha logrado lo imposible, que las cifras de
visitantes a Galicia, medidas por el mejor indicador, las plazas
hoteleras ocupadas, se hayan desplomado. Cuando el turismo hacia
España es uno de los pocos sectores que producen alegrías, incluso
en las Comunidades del Norte de España, con producto diferenciado,
Asturias, Cantabria, País Vasco, las cifras en Galicia son
catastróficas.
Anotemos un dato. Sólo
el 9% de los más de dos millones de viajeros que registra Galicia,
lo hacen por avión. La Comunidad, envuelta en el secreto, promociona
el Camino de Santiago como experiencia de peregrinación espiritual,
pero desdeña las modernas comunicaciones. Una metáfora del Gobierno
gallego, incapaz de avanzar a pesar de su mayoría absoluta.
Ahora el Presidente de
Galicia y sus voluntariosos Consejeros, desempolvan un clásico de la
política, el número de aeropuertos, tres, para intentar
racionalizarlos o sea reducirlos. El País Vasco que tiene la mitad
de territorio y los mismos aeropuertos no aplica esas medidas, ni
Cataluña, ni Valencia ni Andalucía.
Tertulianos y
comentaristas se incorporan al debate. No es posible sostener tantos
aeropuertos se nos dice, más que en Alemania. Y es cierto que en
España el tráfico aéreo doméstico triplica al de Alemania, pero
no es menos cierto que en la periferia de España hay muchas ciudades
de tamaño importante que necesitan aeropuerto para comunicarse con
Madrid o Barcelona en tiempos competitivos y desde éstas con el
resto del mundo.
Así que tenemos varios
aeropuertos y nuestros gobernantes no saben como rentabilizarlos.
Descubrieron que las subvenciones a las compañías low-cost, son
perversas, alterando la demanda de los tráficos e hipotecando el
desarrollo del mercado. Descubren también que la política
clientelar de subvenciones, castigando aquellas ciudades gobernadas
por la oposición, comienza a provocar recelos. Se censuran las
inversiones de anteriores gobiernos, tildadas hoy de exageradas, 500
millones de euros para lograr aeropuertos modernos, pero al tiempo se
busca la comparación con Oporto, el segundo aeropuerto del país
vecino, dimensionado para 20 millones de pasajeros y un verdadero hub
de comunicaciones internacionales.
Si el gobierno
estuviese más atento a la economía competitiva y menos mediatizado
por los pequeños intereses locales o partidistas, tendría tiempo de
saber que el tráfico aéreo remontará en cuanto lo haga la crisis
económica y de forma más intensa, como acontece en Europa y que el
impacto de la Alta Velocidad tardará tiempo en notarse, sobre todo
en los lugares donde el tiempo de desplazamiento a Madrid será muy
superior al del avión, a pesar de la imagen de incomodidad que éste
comienza a incorporar.
Y sobre todo
comprendería que el futuro económico pasa por el crecimiento y la
competitividad de las ciudades, que éstas necesitan disponer de los
recursos de comunicaciones y servicios que tienen aquellas con las
que compiten, para atraer inversiones o visitantes. También podría
descubrir cuanto puede crecer el segmento de turismo, o la capacidad
de las rutas aéreas transversales, sin escala en Madrid, para abrir
mercados, o la potenciación de la conectividad.
Porque Galicia no es
todavía una Comunidad atractiva para las inversiones de capital, ni
para la captación de industrias,ni de investigadores, ni siquiera
de turistas. Y envolverse en el secreto no parece la estrategia más
acertada para superar ese déficit.
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