La crisis de legitimidad que acusan los partidos políticos en Europa occidental, derivada de su falta de democracia interna, está provocando reacciones variadas. En Francia se han convocado elecciones primarias abiertas a todos los ciudadanos para elegir al candidato que el Partido presentará a las elecciones presidenciales. Es el reconocimiento rotundo de la deslegitimación de la actual dirección del partido, fraccionada por intereses personales, que no políticos.
En España se vienen ensayando diversas fórmulas y en todas los intereses de la organización, terminan mediatizando los resultados. Si se hacen primarias se excluye a quienes gobiernan. Cuando se hacen formalmente, las presiones para evitar candidatos incómodos son conocidas, Tomás Gómez o Carme Chacón los últimos. Si gana el candidato alternativo, se procura debilitarlo cuando no eliminarlo, José Borrell, por ejemplo.
Se apela a asambleas locales de base cuyos resultados carecen de valor vinculante pero sirven de coartada para maquillar una decisión que se adopta en cónclave reducido. Todo para evitar la fórmula más sencilla, la democracia interna real, los órganos realmente colegiados, el juego de mayoría y minorías, la construcción de propuestas mediante el debate y el convencimiento.
La crisis es mayor en los partidos socialdemócratas por su propia condición. Se ha olvidado que socialdemócrata es la alternativa a socialcomunista y la diferencia está precisamente en el sufijo demócrata. Olvidarlo y refugiarse en loas al 15-M mientras se mantienen formas conspirativas, es autoengañarse. El electorado está de vuelta, y seguramente las personas afiliadas también.
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