La actual división
interna del Partido Socialista en torno a la formación de un
gobierno, profunda y polarizada, tiene un antecedente remoto en mayo
de 1936. En aquel momento Manuel Azaña, nombrado Presidente de la II
República, propone a Indalecio Prieto que forme gobierno,
reforzando así con los socialistas la estabilidad del Ejecutivo
cuando ya las amenazas de sublevación militar eran públicas.
Prieto, tras una consulta al Grupo Parlamentario, donde eran mayoría
de los partidarios de Largo Caballero, declina el ofrecimiento por
falta de apoyo en su propio partido. Faltaban dos meses para el
inicio de la Guerra Civil.
Prieto como
representante del ala moderada y Largo de la radical, apoyada por
UGT, mantenían un pulso continuo desde mucho antes, centrada entre
otros asuntos, en el carácter de la política necesaria. Si para
Prieto era prioritaria la defensa de la República, Largo se
inclinaba por sustituir a los partidos burgueses, republicanos, por
las posiciones obreristas que impulsasen con mayor vigor las
transformaciones sociales. Aquella división se prolongó durante
décadas en un cruce de acusaciones sobre las posibles
responsabilidades de cada uno por no haber evitado la contienda.
Hoy las circunstancias
son otras. Se plantea formar gobierno de coalición, con dos posibles
socios enfrentados entre si, Podemos y Ciudadanos, más el concurso
activo o pasivo de otros grupos menores, de la izquierda o
nacionalistas. Alternativamente nuevas elecciones. Una tercera vía
fue descartada desde el primer momento por el Comité Federal.
Aunque las posiciones
evolucionan día a día, Ciudadanos rechaza formar parte de la misma
mayoría que Podemos y éste añade cada día nuevas condiciones a un
hipotético pacto: referéndum territorial, reparto de carteras
antes de que haya programa, descalificación del candidato Pedro
Sánchez, referéndum de los afiliados para ratificar el acuerdo,
etc. Si esos cambios diarios preludian el estilo de gobierno, hay
motivos para la reflexión.
El escenario es tan
confuso como preocupante. Quedan semanas por delante pero hasta ahora
la presión cae del lado socialista. Debe lograr un acuerdo de
gobierno estable con una agenda pactada y unas reglas de juego
indiscutibles. Y si no lo consigue debe dejar clara la
responsabilidad de quienes, desde otras fuerzas y planteamientos
respetables, lo han impedido. La derecha se ha echado a un lado en
una pirueta meramente táctica.
Los ejemplos históricos
tienen un valor tan relativo como los comparativos. En Portugal se ha
conseguido un gobierno de izquierdas, con hegemonía clara de los
socialistas. En Grecia, Tsipras gobierna con un partido de derecha
nacionalista.
Todo es posible.
Siempre que se consiga un programa viable, la estabilidad suficiente
y, por qué no decirlo, la máxima cohesión interna. Hace 80 años
no fue posible y aún se discute sobre las consecuencias del error.
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