Un hedor de descomposición domina la vida pública española y parece que también la de Italia y otros países. El malestar ciudadano por los efectos de la crisis, está derivando hacia la exasperación. Es el final de un ciclo en el que instituciones tradicionalmente bien valoradas, como la Corona o la banca se desploman ante las evidencias de prácticas irregulares. La política llega a su mínima valoración histórica, ahogada en un océano de corrupción que salpica a todas las organizaciones, arrojando nuevos escándalos cada semana. Hasta en el deporte de masas aparecen todo tipo de conductas irregulares.
La memoria reciente nos dice que de ese descrédito surgen soluciones populistas que lejos de resolver los problemas suelen agravarlos. Berlusconi fue el producto salido de Tangentópolis, que liquidó a los viejos partidos políticos italianos, aunque no sus formas, heredadas por los actuales. Retrocediendo más en el tiempo, encontramos soluciones aún peores.
Parece evidente que se deben abordar cambios profundos en la organización institucional, en la regulación de los mercados y en las normas de control democrático. El modelo de los últimos 35 años ha llegado a su límite. Su reforma puede abordarse mediante soluciones drásticas o mediante reformas continuadas. Para las primeras no hay una base común mínima para iniciar el proceso. Pero para iniciar un proceso de reformas hay muchas diferencias de criterio y sobre todo una sociedad civil débil. Por ejemplo, es fácil concluir que la corrupción debe ser erradicada y ahí están los jueces haciendo su trabajo. Pero es más difícil acordar medidas preventivas. O el ejemplo de las reformas locales donde a la impericia del Gobierno proponiendo la potenciación de las Diputaciones, se ha sumado la rebelión abierta de los alcaldes de toda España en defensa del status quo.
Un problema severo es la comunicación política. Porque si a la dirigencia elegida le corresponde proponer soluciones, necesario es reconocer la dificultad para hacer llegar sus propuestas, análisis o debates. Los medios de comunicación evolucionan para hacer frente a las nuevas tecnologías, evitando, en general, las exposiciones minuciosas. Titulares, frases hechas, 140 caracteres, son fórmulas para el eslogan o la consigna, no para el debate de ideas. Los canales alternativos no acaban de despegar. Sin respaldo social, las reformas naufragarán ante el escepticismo, cuando no indignación, que impregna la vida pública.
Entonces ¿es imposible evolucionar? Es posible, pero como se está haciendo, entre titubeos, debates interminables, mínimos pasos. Es decir, como una sociedad madura, muy compleja y plural, donde las soluciones simplistas son inaplicables y las soluciones elaboradas improbables. Es lo que hay.
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