Así rezaba una de las más felices consignas de la contestación francesa del 68. Cuánta claridad conceptual en solo dos vocablos. Porque ¿en nombre de qué principios universales se puede prohibir? ¿De los religiosos en una sociedad laica? ¿De los derechos humanos, código penal en mano? ¿De las costumbres eurocéntricas? Especialmente en asuntos de convivencia, de conductas privadas, los valores morales distan de ser universales.
Prohibir es un acto de poder, de autoridad. Prohibe quien puede y a quien no puede. Ese ejercicio de dominación, bien estudiado por Foucault, (http://www.michel-foucault.com/ )suele estar atemperado por el imperio de la ley, pero no siempre. Stuart Mill ya escribió sobre la tiranía de la mayoría contra la que hay que estar en guardia. (en "Sobre la libertad")
Los velos islámicos están produciendo una curiosa persecución en España. En nombre de principios pretendidamente modernos, se expulsa a una estudiante de un Instituto, se prohibe el acceso al espacio público en varias ciudades e incluso los próceres de las Cortes Generales comienzan a interesarse por un fenómeno tan exótico en la sociedad española.
La historia reciente nos permite recordar que en las conductas privadas la represión no elimina las conductas, solo las oculta. Así ha pasado con el uso de drogas, la prostitución o las conductas sexuales distintas, contra las que el Derecho Penal se ha utilizado durante décadas para hoy devenir en la abierta normalización de casi todas ellas.
¿Pues qué hacer con quienes conculcan esas normas pretendidamente morales? ¿Impedirles el ejercicio de otros derechos? ¿Encarcelarlas, multarlas, someterlas a un nuevo sambenito? La Inquisición entre nosotros tuvo larga vida, más de tres siglos. Pero también el pensamiento progresista puede ser muy intolerante, cuando olvida los principios de la libertad. De nuevo Stuart Mill nos dice que “sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano”.
Porque no se trata de las prendas islámicas, sino de las costumbres sociales. Así los adolescentes con su indumentaria reveladora de tendencias, modas y desafíos, son objeto de interminables debates sobre la conveniencia de disciplinarlos en los Institutos, mediante normas de vestuario, uniformes y otras medidas. Vanas medidas cosméticas para afrontar el problema de fondo, la contestación creciente ante la difícil asunción de las ventajas de la educación obligatoria, en un contexto de declive de la autoridad familiar, docente y social.
Frente a la prohibición, tolerancia. Las sociedades tolerantes no aislan, integran. Mediante los instrumentos propios: respeto a la diferencia, orientación a la resolución de conflictos, consulta sistemática a los interesados.El problema no es como visten, sino como se expresan. Si lo primero es cultural, la libertad de expresión es la esencia de la libertad. Crear las condiciones para la libre expresión es compatible con muchas conductas individuales, pero exige más trabajo que la mera prohibición. Y si estamos seguros de que las personas con plena consciencia de sus derechos y libertades, eligen tatuarse, incorporar adornos en distintos lugares de su cuerpo, desvestirse un poco o cubrirse mucho ¿cuál es el problema?